El propósito, nuestra brújula interior
En la vida contemporánea, hablar de propósito vital se ha vuelto casi un lugar común. Frases como “encuentra tu propósito” o “vive tu pasión” se repiten en redes y conferencias, pero pocas veces se aborda con claridad lo que realmente significa y cómo influye en nuestra existencia. En este sentido, el propósito no es simplemente una meta externa que se alcanza, sino una brújula interna que orienta nuestra vida, nuestras decisiones y nuestro bienestar.
Vivir sin propósito se parece a salir al mar sin una brújula. Uno puede remar con fuerza, tener energía y buenas intenciones, pero sin orientación acabará a la deriva, gastando fuerzas sin avanzar hacia ningún destino real. El propósito es esa referencia interior que permite mantener el rumbo, incluso cuando el mar se vuelve incierto o las corrientes cambian.
Como señala el libro “Ser feliz es decisión tuya” (Angus Ridgway, Tal Ben-Shahar), el propósito dota de coherencia y sentido a nuestras acciones y nos permite vivir con presencia, no a merced de las circunstancias.
El propósito como raíz del bienestar
Cuando vivimos alineados con nuestro propósito, algo esencial cambia en nuestra manera de sentirnos vivos. La autoestima deja de depender del reconocimiento externo y comienza a nutrirse de la coherencia entre lo que somos, lo que creemos y lo que hacemos. Según el psicólogo Martin Seligman, fundador de la Psicología Positiva, el sentido de propósito es uno de los cinco pilares del bienestar duradero (modelo PERMA), porque conecta nuestras fortalezas personales con una contribución que trasciende el “yo”.
Vivir con propósito genera una sensación de estar “en el camino correcto”, en sintonía con algo más grande que nosotros. La neurociencia también ha mostrado que, cuando realizamos acciones coherentes con nuestros valores y nuestro sentido de contribución, se activan circuitos cerebrales asociados a la dopamina y la oxitocina —los neurotransmisores del bienestar y la conexión. En otras palabras, no solo pensamos que estamos en el camino; literalmente, nuestro cerebro siente que lo estamos.
Por eso, el propósito no solo orienta, también enraíza. Nos vincula con la vida, con los demás y con una sensación profunda de pertenencia al todo.
El psiquiatra y neurólogo Viktor Frankl, fundador de la logoterapia y superviviente de los campos de concentración nazis, nos recordó en El hombre en busca de sentido que la búsqueda de significado es una necesidad humana fundamental. Según él, quien tiene un “porqué” puede soportar casi cualquier “cómo”. Esta afirmación nos muestra que el propósito no es un lujo, sino un instrumento de supervivencia emocional y mental. No se trata de encontrar un sentido externo a la vida, sino de descubrir un sentido en la vida, una razón para levantarnos cada día y enfrentar los desafíos con resiliencia.
El psicólogo estadounidense William Damon, autor de The Path to Purpose, aporta una visión complementaria: un propósito claro dota a las personas de alegría en los buenos tiempos y de capacidad de recuperación en los malos. Así, no es solo un ideal abstracto; es un mecanismo que influye directamente en nuestra experiencia emocional. Cuando sabemos hacia dónde nos dirigimos y por qué, nuestra mente y nuestro cuerpo funcionan de manera más alineada, y las dificultades dejan de ser obstáculos insalvables para convertirse en retos que podemos afrontar con creatividad y determinación.
Propósito, sentido y liderazgo
El pastor y escritor Rick Warren, autor de Una vida con propósito, enfatiza la importancia práctica del propósito: sin él, carecemos de cimientos sobre los que tomar decisiones, distribuir nuestro tiempo y utilizar nuestros recursos de manera eficiente. Imaginemos intentar construir una casa sin planos ni cimientos: cualquier esfuerzo será caótico y disperso. Del mismo modo, un propósito claro actúa como filtro para nuestras decisiones, ayudándonos a priorizar lo que realmente importa y a decir “no” con convicción a lo que nos aleja de nuestro camino.
La metáfora del árbol y el fruto ilustra este concepto de manera poderosa. Cada persona es como un árbol: para dar fruto, primero debe conocer sus raíces y nutrirse de ellas. El fruto representa aquello que podemos ofrecer al mundo de manera única. Descubrir nuestro propósito equivale a reconocer cuál es ese fruto, cuál es nuestra contribución genuina. Este ejercicio requiere reflexión, honestidad y, a veces, la guía de procesos de coaching o acompañamiento, porque muchas veces nuestras creencias limitantes nos impiden ver nuestra verdadera naturaleza y potencial.
El propósito, además, no es solo relevante a nivel individual. En el liderazgo, un propósito claro transforma la forma de guiar equipos. Un líder con propósito no solo busca resultados, sino que inspira y moviliza desde el significado profundo de sus acciones. Mientras un liderazgo meramente transaccional se centra en metas y objetivos, un liderazgo basado en propósito conecta con los valores, la visión y el compromiso, generando un efecto multiplicador sobre quienes lo rodean.
Existe una vieja historia que ilustra esta diferencia. Dos albañiles trabajan en la construcción de un muro. Cuando alguien les pregunta qué están haciendo, el primero responde: “Estoy colocando ladrillos, uno encima de otro, hasta terminar el muro”. El segundo, en cambio, sonríe y dice: “Estoy construyendo una catedral que conectará a las personas con lo divino”. Ambos realizan la misma tarea, pero su experiencia interna es radicalmente distinta. El primero vive su trabajo como una obligación; el segundo, como una misión. El propósito transforma la percepción del esfuerzo: convierte lo cotidiano en trascendente, lo rutinario en significativo. Así también, los equipos que comprenden el “para qué” detrás de su labor trabajan con más entusiasmo, creatividad y sentido de pertenencia.
Esta diferencia no es solo filosófica, también tiene respaldo científico. Diversos estudios sobre el “propósito en la vida” demuestran que las personas que perciben su trabajo como una contribución a un bien mayor o a un legado personal tienden a ser más resilientes y comprometidas. Por ejemplo, una investigación sobre el síndrome de desgaste profesional (burnout) realizada con profesionales médicos que trabajaban en áreas de cuidados intensivos durante la pandemia de COVID-19 concluyó que aquellos que entendían su labor como una contribución significativa mostraban menores niveles de agotamiento y mayor satisfacción profesional. Estos hallazgos confirman que encontrar sentido en lo que hacemos no solo mejora la motivación, sino que protege nuestra salud emocional y fortalece nuestra capacidad de adaptación.
Vivir con sentido: del significado al compromiso
A nivel organizacional, el propósito adquiere aún más relevancia. Empresas que conocen y comunican claramente su razón de ser van más allá de los productos o servicios que ofrecen; crean culturas sólidas, sentido de pertenencia y engagement auténtico entre sus empleados. Un propósito organizacional bien definido no solo mejora la cohesión interna, sino que actúa como ventaja competitiva: los equipos trabajan con mayor compromiso, creatividad y responsabilidad, conscientes de que contribuyen a algo más grande que ellos mismos. Como señaló Viktor Frankl, el sentido y la trascendencia son motores poderosos, tanto para individuos como para colectivos.
Descubrir el propósito requiere un trabajo interior consciente. No basta con leer frases inspiradoras o asistir a seminarios; es necesario mirar dentro de nosotros mismos, identificar nuestras fortalezas, valores y pasiones, y reflexionar sobre cómo podemos ponerlas al servicio de algo significativo. En el coaching y la reprogramación mental, este proceso se acompaña de ejercicios que permiten desbloquear creencias limitantes, clarificar prioridades y alinear acciones con un sentido profundo. Preguntas como “si fueras un árbol, ¿qué fruto has venido a dar?” ayudan a traducir la reflexión en imágenes concretas y accionables.
El propósito, por tanto, se manifiesta en 2 niveles íntimamente ligados: significado y compromiso. El significado nos conecta con el “para qué” de nuestra existencia, y el compromiso nos impulsa a actuar coherentemente con ese propósito. Cuando combinamos ambos elementos, dejamos de buscar sentido como un concepto abstracto y empezamos a vivir con sentido, integrando nuestras decisiones, nuestras emociones y nuestras relaciones en un todo armonioso.
Conclusión
El propósito es mucho más que una meta o un ideal: es nuestra brújula interior. Nos orienta, nos fortalece y nos da resiliencia frente a la adversidad. Desde la perspectiva de Frankl, Damon, Seligman y Warren, descubrimos que tener un propósito claro no solo nos hace más felices, sino también más coherentes y plenos. Al abrazar nuestro propósito y actuar en consecuencia, transformamos la vida en algo que no solo se experimenta, sino que se expresa y se comparte.
De esta manera, pasamos del simple “buscar sentido a la vida” al profundo y liberador “vivir con sentido en la vida”.